html> Cuentos para elefantes. : Ella.

Ella.

Era pequeña, muy pequeña, tanto que no conocía, que no sabía, que sólo imitaba lo que veía, sólo pensaba lo que le decían. Era pequeña y grande a la vez, inmensa, tanto que podía llenar habitaciones enteras, colapsar pasillos, estadios, ciudades. Estaba en cada esquina, en rincones oscuros donde dormían las arañas y algún que otro perdido, en palacios pavorosos e imponentes, en la calle a plena luz del día. Sin embargo, ella era inocente y ambiciosa, y sólo quería provenir de lo mejor, estar en lo mejor, privar de ella las vidas insulsas, las tristes, las pobres. Quería nacer de grandes orquestas que ocuparan plazas enteras, pasear por grandes casas, estar en todos los lugares, que todo el mundo la conociera, ser famosa, popular, querida, deseada... 
Y un día, lo consiguió, a base de privarse de sí misma, de ser todo lo que los demás querían que fuera y no su propia verdad. En ese momento, la pequeña, inocente y ambiciosa, creció, maduró y dejó de desear no ser ella. Se encontró a sí misma en el roce de los dedos de los enamorados, en el revolotear de las abejas, en un violín mugriento por las calles de Granada, en las armónicas carceleras, en dos niños cantando al bajar a desayunar, en las palabras a medio susurrar, en el suave deslizar de los dedos por las cuerdas de una guitarra sedienta, en la seducción de lo inalcanzable, lo indestructible, lo inherente a uno mismo y separado de todo, lo mágico, lo bello, en la seducción de la propia música.