Se buscaban en la luz y en la sombra, allá y acá, con la mirada asustada. Hallaban al otro en sí mismos, en la imitación, el cariño y el amor. Trataban de entrar allí, en aquello vedado, el terreno de las miradas difusas, las sonrisas escondidas y los encuentros furtivos. Pero no, les daba miedo, miedo, ¡terror! Un espanto que aprisionaba, asfixiaba, cohibía y entristecía. Sin embargo, en medio de aquel grito del alma, sus labios rozaron por vez primera los ajenos, su piel se erizó y le recorrió un escalofrío.