Le gustaba el olor del otoño, la forma en que se teñían las calles de marrón, el olor a castañas, a lluvia y a café caliente, el brillo de la carretera después de llover, manosear la tierra mojada, ponerse guantes y jerseys pero no pasar frío. Le gustaba especialmente sacar el paragüas polvoriento del fondo del armario y pasearse con él por las calles vacías, dormir con el edredón y comprobar con el pie lo frío que estaba fuera y lo calentita que estaba ella adentro pero, lo que más le gustaba del otoño, era escuchar la lluvia chocar contra los cristales mientras ella estaba en el sofá, con la manta, ajena al exterior y, en los días que no había lluvia, ver cómo todos los días atardecía un poco más temprano, y sentir una pequeña angustia, pensando que tal vez un día no llegara a amanecer porque atardecería demasiado pronto.
Es este un mayo con olor de octubre.