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Las doce y diez, qué bonita hora para una Cenicienta. Noche veraniega, brisa temprana o tardía, según se mire, y Cenicienta no aparece. Quizá fue con algún príncipe a escribir cuentos de amor a algún pub. Al fin y al cabo, Granada siempre bulle de sorpresas. Quizá se quedó bajo las mantas y el café caliente viendo series americanas, quizás Cenicienta nunca existió, igual que los cuentos de hadas. O tal vez Cenicienta, como dice alguna pancarta, seamos todas. Esclavas del tiempo siempre, de lo que se va sin siquiera llegar, de los zapatos de cristal que nunca encajan.
Pequeña muchacha, trata de no ser ella.