html> Cuentos para elefantes. : El acordeonista.

El acordeonista.




La lluvia fina cae sobre las baldosas de la ciudad. Él permanece, casi inmóvil. El sol casi funde el hierro de las farolas. Él permanece, casi inmóvil. El viento hace ondear las banderas más allá de sus posibilidades, pero él, medio ciego, permanece. Delante de sí hay un cartel. “Necesito una operación para la vista”, dice. La caja casi siempre está vacía.


Él es el hombre de la catedral, el verdadero hombre de la catedral granadina. El que le da a la ciudad un aire mágico, el que revoluciona la imaginación y hace creer que de pronto surgirán hadas, pintores, mimos, princesas, piratas, enamorados por doquier. Es quien, a veces, tiene la mirada perdida como pozos sin fondo, sumido en quién sabe qué reflexiones, y entonces toca canciones tristes, lloran las notas, ríos de sonido. Otras veces, sonríe a las muchachas que pasan por su lado, les dedica pequeñas inclinaciones de cabeza y melodías jubilosa; fas Mayores, dos sostenidos, risas a ritmo de semicorchea. Él, el músico de la catedral, demuestra que los árboles tienen vida, meciéndose al ritmo de sus cadencias, que los muros de los edificios absorben la alegría, que sólo él es eterno. Siempre, siempre, siempre está.


Menos hoy. Hoy, faltaba él en su lugar.