Dijimos que nada cambiaría; nos creíamos inmutables, imperturbables por el paso del tiempo, de la vida y de las personas. Dijimos que esto, esto sí, sería para siempre. Que nada acabaría con nuestra gran, maravillosa y bonita, aunque quizás no perfecta, amistad. Y lo creí. Dijimos que, después de todo lo pasado, de las peleas, las diferencias, no hacíamos, y haríamos, más que aprender el uno del otro, o el uno del resto. Dijimos tantas cosas, dijiste tantas cosas, que no pude por menos que creerte. Tal vez fue el tiempo que me había demostrado que todo eso era cierto, tal vez la necesidad de ti, de mi amigo, mi mejor amigo, el mejor de todos., la única excepción que no se iría. No lo sé y ya, de qué sirve. Aún te echo de menos, no lo niego, no soy capaz. No soy capaz de olvidar ni de pasar página, y tengo mis motivos para ello, pero tampoco lo soy de confiar en quien me demostró, casi en la primera oportunidad, que fallaba, que no le interesaba en absoluto, quien tiró seis años en un día. Y, así, continúan pasando los días, uno detrás de otro, y tú continúas volviéndote cada vez menos persona, menos tú y más los demás.