En un leve parpadeo, perdió aquellos brazos que le rodeaban, perdió la mirada azul cargada de sencillez, los labios rojos, carnosos y sonrientes, los senos a la luz de la noche, las tardes perdidas entre corazones en icono. Y volvió a su rutina baldía, la de las noches aguadas en whisky, las tardes entre partidas de mus y hojas de Borges. ¿Por qué? Se preguntaba todas las mañanas. ¿Qué hice mal?, se repetía al no olerla entre las sábanas. Y, sin embargo, jamás encontraba una respuesta más allá del ser él, de su propia e inalterable personalidad. Jamás concluía en hechos fallidos, sentimientos mal encontrados o palabras invictas. Simple, llano, su forma de ser, que conseguía poco más que amigos, su barriga, sus piernas anchas, su “achuchabilidad”, sus “oh, cuánto te quiero, qué buen amigo eres”. Amigo, sí, siempre, circular. Amigo, amigo, amigo, amigo, amigo, amigo… Continúa emborrachando sus noches en whisky, sin compañía alguna.