Se muere, se muere, se mueren los ojos en sus cuencas, los dientes en su boca,los dedos en sus manos. Todo él se muere, entero, completo, incluso la sístole y la diástole de su corazón van muriendo poco a poco. Se muere, se muere, se muere. Se muere porque los veranos azules se acabaron, porque las primaveras no volverán, porque las últimas hojas de los manzanos terminaron de caer. Se muere porque es enero, frío enero, temido enero, amado enero. Se muere porque, a fin de cuentas, a todo hombre bueno le llega su invierno, y gracias, porque él tampoco fue siempre de los buenos; todos tenemos nuestros deslices, y siempre se llevaron bien.Otra vez se muere, ahí tumbado en la cama, cubierto por una manta de sudor y vaho, y aburrido. Le aburre morirse, y por eso escribe estas cosas. Lleva tres días muriéndose, pero no termina de hacerlo.
Al principio, le daba miedo: Ay, Antonio, que te vas,que no vas a ver a tu nieta sacarse la carrera, que no vas a poder contarle más historias de viejos,¿y si se echa novio?Por Dios, no,tu nietecilla, ¡que no te la toque nadie! Antonio, ¿dolerá eso de morirse? Sí, seguro que duele, que te retuerces hasta no poder más, que se te salen los intestinos, o algo así. No te quieres ir, que no, que no, que de aquí no te mueven. Lloras, pataleas, gritas como un niño de cinco a tus ochenta y nueve años.¡Que no te quiten del mundo!
Después, la tristeza: Bueno, total, a todos nos llega la hora, todos morimos alguna vez. Pero, ¿por qué a ti? Luego seguramente no habrá nada. Nunca te creíste el cuento ese del cielo y el infierno, ni de la otra vida, aunque ahora no estaría de más haberlo hecho; algún consuelo te daría. No recordarás tu primer beso con María, después de tres meses pegado a su ventana por las noches para hablar con ella, de aparecerle de la nada cuando iba a comprar el pan. ¡Cómo te traía! Ese beso, por mucho que lo mitifiques, reconoce que no fue para tanto. Fue un poco cutre, ahí, detrás de la carnicería, para que no os vieran, y escuchando los gritos de los cerdos que iban matando.Qué más da. Hay tantas cosas que no recordarás, esa historia de amor tan bonita que se acaba hoy. No, sabes que se acabó hace mucho más, cuando dejásteis de quereros y sólo os quedaba el recuerdo, porque ni siquiera cariño. Pero bueno, para entonces ya estaban los niños grandes y después los nietos. Reconoce que te portaste un poco mal con ellos,sobre todo con la Inmilla. Bueno, ya está, no llores más, todos nos arrepentimos siempre de algo. Quisiste y fuiste querido, ¿qué más puedes pedir?
Por último, el aburrimiento:
Llevas ya tres días muriéndote, hijo mío, ya va siendo hora, que no sabe nadie qué hacer. Te prometo que no te dolerá, de verdad. Ochenta y nueve años dando guerra ya son muchos. No pasará nada más. Sí, nada de nada, en todos los sentidos en que lo quieras tomar. ¿Nos echamos un parchís? Así, mientras te mueres, porque parece que va para largo. Yo me pido azules. ¿Tú? Rojas, vale. Empieza.
Días, días, y días y él no se moría. Se iba muriendo todo su cuerpo; comenzaba a oler a podrido en la habitación 256, ya no tenía ojos, los gusanos en las ventanas le miraban esperando atacar, llevando malvas en sus bocas, pero no, no se moría. Una eternidad más tarde, Antonio se murió de aburrimiento.