html> Cuentos para elefantes. : Rosas parlantes

Rosas parlantes

Cuando era pequeña, yo creía las plantas hablaban, pero no conmigo. Creía que las flores, los hierbajos, los frutos y los árboles eran como nosotros: se comunicaban, sentían, reían y lloraban y, por eso, de vez en cuando, me acercaba al rosal más marchito que viera en mi jardín y le cantaba, desafinada, la última canción que hubiera aprendido. Le contaba cómo me había ido el día, qué graves problemas tenía yo, a mis ocho años, porque esa mañana mi amiga quería jugar a las casitas y yo a las cocineras, o lo enfadada que estaba porque mi madre me había regañado por no recoger los juguetes y no había terminado de jugar. Evidentemente, nunca me respondió, pero yo conservé esa esperanza inquieta de que el rosal fuera mi amigo. Es que no habla mi idioma, pensaba, no tiene boca para pronunciar palabras, pero se comunicará de otro modo con sus amiguitas plantas. En cualquier caso, yo sabía que el rosal era mi amigo. << Si no lo fuera me habría pinchado>>, pensaba.


Tal vez fue eso lo que me hizo pensar más tarde que las personas, como los rosales, a veces no dicen lo que sienten no porque no quieran, sino porque no pueden, pero te lo demuestran con gestos simples, como no pincharte cuando pueden hacerlo.
Y qué mayor satisfacción que un silencio creado porque sobren las palabras.

Un día, el rosal me habló. Sólo dijo: Hola, amiga, y me tendió la flor más bonita del mundo.