Los personajes de esta historia no tienen nombre, ¿por qué? Porque quizás puedas ser tú, o yo, o cualquier persona del mundo. Porque los personajes sin nombre lo son todo y nada a la vez.
Resultado esto de una noche calurosa de Agosto en la que intento cambiar algo de estilo, espero que gusten de leerlo.
P.D: Mil perdones porque la foto no sea mía.
Él
fue el último en coger la chaqueta antes de salir del bar. Dejó en la barra su
vaso a medio beber de whisky con hielo, un billete de cinco y una servilleta
con su número de teléfono para la camarera. Salió con paso lento, como si
intentara no alcanzar nunca la puerta, pero una vez llegó a ella, la abrió y,
tras un chirrido, salió a la calle.
París se mostraba fría esa noche.
Eran apenas las once pero las calles estaban vacías, tan sólo se escuchaba el
ronroneo de algún motor y las gotas de lluvia cayendo sobre los tejados. No llevaba
paraguas, pero daba igual. Comenzó a caminar, mentalizándose a cada paso de lo
que iba a hacer. Estaba nervioso, le sudaban las manos, se le enfriaban las
orejas. Siguió caminando por entre los callejones hasta llegar a las escaleras
blancas de Montmatre, altas, esbeltas y finas.
Ella siempre le decía que, si el
cielo existiera, esas serían las escaleras que conducirían a él, unas escaleras
llenas de músicos, de parejas, de amigos, de historias. Cada noche de domingo,
como esa, le hacía andar hacia allá, nevara o lloviera, a subirlas y contemplar
desde lo alto todo París y, allí, le contaba historias. Sus historias eran a
veces tristes y a veces alegres, sobre soldados alemanes y francesas que se
enamoraron en los cuarenta, sobre abuelas y nietos que comían helados, sobre
amigos que se conocían, sobre juegos de pistas y álbumes de fotos perdidos,... Historias
sobre las escaleras blancas de Montmatre.
Él a veces pensaba que quizás ella
estaba algo obsesionada, que podría tener un problema y necesitaba ayuda, pero
ella siempre rehuía el tema, o se ponía muy nerviosa, o se enfadaban. Hasta que
llegó el final, y todo por las escaleras. Desde entonces, hacía casi un año, no
había vuelto a ir, hasta que se dio cuenta.
Tal vez no lo hubiera hecho si ese
jueves no hubiera salido cinco minutos antes a comprar el pollo asado de los
jueves, no se hubiera encontrado con una señorita bastante guapa repartidora de
publicidad, no hubiera aceptado amablemente sus panfletos con mirada seductora
y no hubiera habido la suficiente cola en el asador de pollos como para que él,
treintañero aburrido, se pusiera a hojear al
revista y viera, entre sus
páginas, una foto de las escaleras, un rostro conocido, y se le ocurriera la
idea.
-Hola.
-Hola.
¿Qué haces aquí?
-Te
buscaba.
-¿A
mí? ¿Ahora? ¿Aquí? ¿Por qué?
-A
ti. Ahora. Aquí. Porque quería verte.
-¿Por qué querías verme?
-Porque
te echo de menos. ¿No te parece suficiente motivo?
-¿Ya
no tienes nadie que te caliente la cama? ¿Es por eso? Valiente cabrón.
-No,
no es eso y lo sabes. No vivo demasiado lejos del Moulin Rouge.
Pareció
que ella sonreía.
-Ya,
bueno, pero entonces, ¿para qué querías buscarme? ¿Por qué has venido aquí?
-Porque
te echo de menos, te lo he dicho y he venido aquí porque... Bueno, vives aquí,
¿no?
Ella
agachó la cabeza y no dijo nada.
-Te
he traído algo. Te lo dejaste en mi casa la última vez. -dijo él tendiéndole un
sobre.
-¿Qué
es?
-Ábrelo.
Y
lo abrió, sacando de dentro un papel. Dentro había un dibujo: muchas, muchas,
muchas estrellas. Ella, quiso ver él en la oscuridad, sonrió.
-Guardabas
esto aún...
-Claro.
¿Cómo no iba a guardarlo si es un dibujo de mis amigas las estrellas? Me
dijeron el otro día que querían hablar con nosotros, y por eso vine a buscarte.
Venga, no me mires así, sabes igual que yo que esto es solo un juego...
-...
pero a la vez mucho más que eso.
-¿Y
no es eso lo bonito? Que quizás nos toman por locos. Quizás ahora, nosotros
dos, solos, en las escaleras, un domingo de lluvia, viendo una lluvia de estrellas,
seamos las dos únicas personas en todo París que intentan disfrutar de sí
mismas, de su vida, pero parecemos, a ojos de los demás, dos locos dispuestos a
enamorarse de nuevo. ¿O no?