html> Cuentos para elefantes.

Pasaba las horas muertas frente al televisor, viendo telenovelas venezolanas, concursos de preguntas y respuestas y programas de autoayuda. De vez en cuando intentaba leer algún que otro libro. Empezó fuerte: Así habló Zaratustra. Al ver que no, que nada, que no había manera, fue bajando el listón abriendo tantos volúmenes como encontró por toda su casa, pero nada, ni siquiera era capaz de leer revistas del corazón. Poco después intentó aprender música, o pintar, o algo así, hacer alguna de las cosas que siempre la habían hecho feliz, pero ni sus pequeños amores de antaño lo conseguían. 
Y, un día, llegó la gran idea. ¡Bailar! Sí, eso era, bailaría, volaría, sentiría... Puso la música, se calzó las zapatillas... Y tampoco. Nada de nada, seguía igual de mustia que hasta entonces. No, no había manera, sus manos seguían frías. 
La chica se preguntaba y se preguntaba y se preguntaba qué pasaba, qué le pasaba, qué había tapado el sol, hasta que lo descubrió y se dio cuenta de que no dependía de ella, de que dependía del mundo. 


No te vayas de mis manos aunque te mueras de frío, porque cuando llegue el alba no soportaré el rocío. No soy más que un mar de dudas, me convertiré en espuma...
No estoy bien en ningún sitio y nadie entiende lo que digo...


...Yo preparo mi equipaje y me adentro en tu ombligo.