Entre sábanas de algodón y claroscuros de atardecer el tiempo se paró en forma de manos entrelazadas, cuerpos unidos, susurros leves, "te amos" a media voz. Con canciones de rock hicieron su propia banda sonora, a base de distancias y reencuentros escribieron un guión del que ellos fueron los protagonistas.
Entre el vaivén de las hojas se dieron su primer beso, el primero de tantos. Se acurrucaron para no pasar frío, se prestaron abrigos, calcetines, camisetas, ánimos, talentos e incluso las palabras. Durmieron, viajaron a otros planetas para encontrar su sitio, y soñaron.
Tal vez no fueran Señores del Tiempo, ni Khal y Khalessi, ni Aurores, ni supieran el nombre del viento, ni hubieran luchado contra dragones montados en unicornios. Tal vez jamás hubieran pisado el Mundo de Tinta, ni tuvieran dos corazones, ni hubieran conocido a Zeus o a Perseo, ni hablaran idhunaico, ni nada, pero ellos, juntos, con tan sólo una mirada, eran capaces de bucear en los océanos de todos los universos, de salvar sus propios mundos una y mil veces, de recorrer desiertos de piel para llegar al oasis más preciado cuyas dunas eran labios, de excavar en sus ombligos por el mero placer de hacerlo, de parar el tiempo en cualquier milésima de segundo. Sin relojes. Sin magia. Sin nada. Sólo con su mirada y su risa.
Song for the angels.