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El Siglo de las Luces

Las luces nacen solas.
Se autoimpulsan a través del útero invisible de la bombilla, rajan con sus garras, afiladas y casi fieras, todo tejido bacteriológico, no inmunológico y algo lógico.
Gritan con sus voces ultrasónicas consiguiendo silencio, pero enrareciendo el ambiente que, a partir de ahora, sólo es rabia.
Una cierta sensación de que algo va mal aprieta vuestros corazones clavándoles las uñas; aurículas y ventrículas que casi se unen, y vuestro corazón sangra cada gota que bombea y la gota cae en un charco y salpica agua sucia de cañería y mierda e impacta en vuestros ojos, que se salen de sus cuencas asqueados.
Pero en el fondo sólo tenéis miedo, un miedo atroz, asesino, un miedo que es miedo de sí mismo a la vez y se retroalimenta instante a instante.
Porque las luces nacen solas.
Las luces se están escapando de las bombillas, y quizás también del sol, sus jaulas.
 Las luces se han rebelado, son fuertes, y eso significa vuestro fin.
 Porque pueden volver a instalarse en las mentes en Standby. Porque otro Siglo de las Luces versión 2.0 está a punto de resurgir. Porque sabéis que perdéis.
 Porque queréis serlo todo, pero no sois nada.