¿Evolucionamos o involucionamos? Plantéeselo. Haga un
balance del progreso científico, los nuevos descubrimientos, el mundo de
posibilidades que se abre a personas discapacitadas por diversos problemas, las
comunicaciones, lo maravilloso que es el poder ver y escuchar a una persona que
está a treinta mil kilómetros o viajar a cualquier rincón de nuestro anchísimo
mundo en menos de un día. Ahora, piense en el recorte a los sueldos del
personal de investigación, en las subvenciones a centros de investigación, en
la eliminación de becas de formación y en cómo va a poder usted financiar esa
maravillosa idea que se le ha ocurrido para facilitar la movilidad a los
minusválidos en la facultad o para favorecer la integración de los colectivos
marginales.
Piense luego en su vecino, con cuarenta y tres años y
tres hijas de nueve, doce y quince años, el mecánico del barrio, que ha tenido
que cerrar su taller y ya no puede irse al bar de abajo a tomarse una cerveza
porque no tiene dinero. Piense en lo que le habría gustado a usted irse de
Séneca a Salamanca y en por qué eliminaron esa beca. La crisis. Una crisis que
se gestiona entre sillones de cuero, iPads para todos los diputados y coches
oficiales. ¿Evolución?
La crisis de la que hablan es económica y política, las
dos cosas y a la vez una porque no se nos escapa que la idea de aristotélica de
la política como el gobierno para el interés común que se mantendría a lo largo
de los siglos ahora está completamente difuminada entre trazos impuestos por
los bancos, las grandes empresas y nosotros mismos. Los bancos y las grandes
empresas fomentan una concepción del poder material en tanto que se transmite
por medio del dinero y, por tanto, a más dinero, más poder, uniendo en un
vínculo hasta ahora inquebrantable la política, formada por las relaciones de
poder, y el dinero, que transmite ese poder y por tanto hacen de la economía y
la política una misma cosa aun cuando no debería ser así. Lo demuestran la
indisociabilidad en los noticiarios entre noticias económicas y políticas, la
relevancia política de los sucesos económicos, la existencia de los lobby
muchos de los cuales tienen gran poder económico. De hecho, no son pocas las
voces que hablan de una actual guerra económica que en vez de matar a tiros
mata de hambre.
Con nosotros quiero referirme a ti, a mí o al
vecino del que hablaba antes. Y también alejamos nuestra democracia de sí misma
permitiendo que se tomen decisiones políticas en favor de un abstracto
"bien común", permitiendo una teórica separación de poderes que deja
de cumplirse en el momento en que no hay diferencia entre las decisiones del
Congreso y las del gobierno, tolerando que el juego político se convierta en
poco menos que un negocio casi manifiesto, en que minusvaloremos la capacidad
de votar y otorguemos legitimidad sin saber siquiera qué es eso.
En este punto, la crisis ha tenido varias consecuencias a
destacar. Ha sonado como el más vil de los despertadores para mostrar una
realidad oculta, para mostrar los defectos de una democracia, de un sistema
político y de un sistema económico y replantear sus términos. Para preguntarnos
el por qué de las cosas, el por qué tiene que funcionar así el mundo, el por
qué si tu vecino, que llevaba treinta años trabajando sin descanso, tiene que
hacer milagros para poder pagarle a sus hijas las clases particulares para que
aprueben matemáticas y el diputado que defiende la educación pública tiene a
sus hijos en una escuela privada, el por qué un psicólogo que acaba de terminar
la carrera no sabe cómo funcionan las elecciones, el por qué al hablar con
desconocidos por la calle muestran, entre enfado e impotencia, un profundo
desconocimiento y unas casi nulas ganas de pensar y actuar. La crisis ha enfadado a la ciudadanía, y, más
importante, ha hecho surgir un germen de inquietud política, de posibilidad de
participación y una necesidad de replantearse en qué términos está construida
la democracia española y con ella todo el sistema político.
A pesar de las dramáticas consecuencias sociales de la
crisis, quizá sirva para ayudar a construir una verdadera y completa democracia
en la que el juego político no se centre en dos grandes partidos ni sea ajeno a
la vida diaria sino que sea frecuente la presentación de iniciativas
legislativas populares, la elección de representantes con plena conciencia del
acto o políticos crean en lo que hacen y por qué lo hacen y ello pasa por
desarrollar un modelo educativo que potencie el pensamiento crítico y la
inquietud por saber. Así, replanteo la pregunta. ¿Evolucionamos o
involucionamos?