Ahí está ella, erguida frente a ti, con sus pies, sus manos, sus hombros, sus rodillas, su cintura, su cadera, su pecho, su cabeza, con todo su cuerpo. Para ti.
Acércate, vamos, un poco más. Tócale, suave, el hombro, y verás cómo se mueve, acaríciale el codo, que se transformará en olas del mar si quieres. Háblale, cuéntale qué te hace feliz y después cógela de las manos y comienza a dar vueltas, y vueltas, y vueltas por el salón.Reiréis, ella y tú, solos en el infinito, con el júbilo corriendo por vuestras venas, poniéndoos los pelos de punta a cada paso.
Cuéntale, si quieres, qué te preocupa, qué te entristece, y ella te hará huir, aunque sea por un instante, de todo. Te hará saltar, agacharte, correr, andar, girar, sonreír.
Cuéntale también tus enfados, para aprender toda esa fuerza de giros, taconeos, brazos, manos, y desataros juntos contándole al mundo todo eso que no os gusta, toda la miseria del mundo.
Cuéntaselo todo a ella, hasta lo incontable, hasta lo que no pueden expresar las palabras, hasta lo que sólo se dice con una mirada, con el cuerpo.
Es ella, ella, siempre ella, con distintos nombres, distinta ropa, distinto pelo, pero siempre, siempre, la misma. Algunos la llaman Ballet, otros Flamenco, o Salsa, o Bachata, o Claqué, o cualquier otro nombre, pero siempre, siempre es ella.
Confía en ella, quiérela, porque, cuando llegue a ti, aunque no quieras, se convertirá en el amor de tu vida.