Aquí estoy, con el pelo mojado y un horrible olor a humo de cigarros que no son míos. Aquí estoy, con el sol gritándole a mis pupilas que se vayan a dormir ya, que lo necesitan. Sin tacones en la mano, porque no son lo mío, que yo siempre fui de Converse y faldas. Con la lluvia fina helándonos mientras volvemos a casa en bici, dando tumbos, como no podía ser de otra forma. Con los músculos agarrotados y las piernas doloridas de tanto bailar. Con más ganas de pizza que de cerveza, con las medias, rotas, los oídos sordos y unas ojeras hasta los pies.
Aquí estamos.
Con la sonrisa de oreja a oreja, con el recuerdo de aquella conversación, de lo bien que hablabas francés borracha, de adónde derivó esa conversación filosófica de tres de la mañana y cuatro copas de más. De vino, por supuesto.
Aquí estamos, con un hambre voraz de comernos el mundo,de sentir el sol de mediodía en la cara pasando a través del cristal de una furgoneta en cualquier carretera, de reír hasta que nos duela la barriga, de aprender tantos idiomas que se te olviden todos, de conocer a historias andantes, de rellenar páginas y páginas de libretas escribiendo la nuestra, de tener recuerdos tan increíbles que no se puedan contar, de sonreír hasta que nos salgan arrugas, de ver el mar en invierno y la nieve en verano, de guitarras y hogueras y sudaderas demasiado grandes, de no dormir en tres días y dormirlo todo seguido los tres siguientes.
Siendo jóvenes, siendo felices, viviendo cada segundo como si fuera el último.