Nos
hemos olvidado de la política. Quizás la dejamos en la gasolinera mientras
repostábamos para seguir nuestro camino hacia ninguna parte, o tal vez nunca
llegó a salir de casa. Ahora mismo estará en alguna esquina, asustada y
temblorosa, sin saber dónde estamos nosotros, los que teníamos que cuidar de
ella.
Y
ahí está, creyéndose abandonada y malquerida, arrumbada en alguna esquina.
Nosotros,
sus fieles guardianes ciudadanos, los que teníamos que defenderla, cuidarla y
protegerla, hemos creado un vil sucedáneo que ni siquiera se le parece, pero va
y cuela. Parece que, más que despiste, ha sido abandono con nocturnidad y
alevosía.

Hemos
abandonado la política de opiniones e ideologías, la política de asambleas, del
poder del ciudadano, del voto con sentido, la política del consensus y de la
defensa de ideas, la política de Aristóteles, de Azaña e, incluso, de Suárez.
Hemos abandonado esa política que lucha por los derechos de los trabajadores o
de las empresas, o de las luciérnagas, de lo que sea, pero que lucha
por
algo. La política de principios y de ideologías, de construir la
polis.
La política que piensa, que se distingue de las demás, que se nutre de los que critican
para fortalecerse y mejorarse, en la que todas las voces se escuchan, la que no
pretende agradar a todos pero sí mejorar la vida de todos, sea de la forma que
sea. Hemos abandonado las alternativas, las ilusiones, la lealtad a nosotros
mismos, hemos abandonado a ese
zoon politikon dentro de nosotros. Hemos
abandonado las ideas, y nuestra forma de pensar. Hemos abandonado a la
política.
Lo
que es peor, la hemos sustituido por otra política, esa que sale en los
telediarios y periódicos, la del oportunismo, de reuniones a puerta cerrada, de
estadísticas por doquier, de reuniones secretas, de gestionar y no crear, de ser camaleónico de principios. La
política que no lucha por nada más que por mantenerse, por perpetuar un sistema
sin tan siquiera plantearse su viabilidad, que lucha para algo. Para
empresas, corporaciones y bancos. La política que no piensa, sólo ejecuta, que
muerde la mano que le da de comer, la política del "y tú más", del
voto irracional y casi religioso, de la alternancia decimonónica, del recorte
de derechos y el enmudecimiento. Esa,
que tanto conocemos, de tintineo de monedas, corrupción, y siglas: BCE, FMI,
BM, UE, PIB. La política en metálico.
Y
escribo esto, hoy 22 de marzo, efeméride de las Marchas de la Dignidad que
reconfortaron un poco a esa política perdida y temblorosa, día de las
elecciones andaluzas. Cuatro años después de que una tromba de ciudadanos se
lanzaran a las calles en tropel para buscar a la verdadera política. Que dónde está,
que no se ve. Escribo esto con ilusión la ilusión de millones de ojos que se
abren a lo largo y ancho del mundo, con la ilusión que dan los cambios, a sabiendas
de que algo importante está pasando. Y creyendo, firme y fehaciente, de que
Aristóteles estaría orgulloso de lo que está pasando en el mundo. De que un
mundo mejor es posible, y de que cada vez estamos más cerca de encontrarla, de
decirle que no la abandonamos, que sólo fue un despiste.