html> Cuentos para elefantes. : Cuando N.Z. aprendió que los colores vuelan o cómo crear atardeceres.

Cuando N.Z. aprendió que los colores vuelan o cómo crear atardeceres.

A Lille, por tantos.
N.Z. estaba medio tumbada sobre la silla del pupitre cuando llegó la profesora.

-¡Señorita! ¡Siéntese bien! -le recriminó, señalándola con el dedo amenazadora. 

-¡¿Por qué?! ¡Yo soy libre de sentarme como quiera! -berreó N.Z., pero una mirada fulminante la hizo ponerse más recta que una escuadra, con la espalda pegada al respaldo, las piernas cerradas con fuerza y las manos sobre la mesita. 

-Muy bien, gracias. Chicos y chicas -continuó, mirando al resto de la clase, mientras dos pequeños bucles se balanceaban en su nariz. -, hoy vamos a trabajar una materia considerablemente inútil para vuestro aprendizaje y futuro. Sin embargo, la vigencia de los antiguos planes educativos exige trabajar sobre ello, así que no nos queda más remedio que hacerlo, pero intentaremos que sea lo más rápido posible. Dicha materia es el color, los colores. Supongo que todos conocéis sus nombres.

-Azul, amarillo, marrón, rojo,..- comenzaron a repetir los niños al unísono, en Si bemol menor.  

-Vale, vale, está bien. Sin embargo, dudo que alguna vez los hayáis visto. Por eso os he puesto dentro del pupitre una caja con colores. La tarea de hoy consistirá en estudiar las correspondencias nombre-color comparando cada uno de los círculos y el texto de las páginas 48-57, apartados A), B) y C), del libro de texto de la asignatura. Después, para cumplir la parte práctica, coged una hoja y utilizadlos como queráis. 
En cuanto terminó la frase, se sentó detrás de su gran escritorio de profesora, pulsó su ombligo y se desconectó, cayendo sobre la mesa. 

-¡Profesora Sociedad!-gritaron los más pequeños- ¿pero cómo se hace esto? -ella no contestó.

-Siempre igual...-murmuró uno. 

Cada uno de los niños, casi a la vez, abrió el pupitre, cogió la extraña caja con círculos de colores, abrió el libro y comenzó a estudiar las correspondencias nombre-color, el número pictórico, la composición lumínica, las teorías de reflejo y refracción, se aprendió de memoria todas las posibles mezclas, el origen de los pigmentos y cuáles de ellos eran más aptos para actividades de marketing. Mientras N. Z. miraba. 

Ella estuvo tentada, como cada día cuando la profesora se desconectaba, de hacer aviones de papel y lanzarlos por toda la clase, y hacer pajaritas y barcos. Pero entre la cámara de vigilancia en la frente de la profesora, que ya la había cazado más de una vez, y los aburridos de sus compañeros, cualquier diversión era imposible.

Tenía que hacer la tarea. 

La aburridísima tarea. 

Las correspondencias y demás historias no le interesaban en absoluto, así que decidió empezar por el final. N.Z. abrió el pupitre y vio cuatro cosas que no estaban allí la última vez: una caja con círculos de colores, una hoja de papel reciclado, un botecito con agua y un palo con pelos (pincel, pero ella no sabía cómo se llamaba).  Primero, cogió las cuatro cosas y las puso encima de la mesa. Y después agarró el palo por el lado de los no-pelos, lo puso en una de las pinturas y lo refregó en el papel. Pero el papel seguía igual. Seguro que eso no se hacía así. Probó por el lado de los pelos, con el mismo resultado. Luego puso el papel encima de los colores, y nada. Los colores encima del papel, ningún avance. 

Miró el agua y, aunque pensó en bebérsela, se dio cuenta de que estaría allí por algo relacionado con la tarea. Así que mojó los pelos del palo, y luego mojó los pelos mojados sobre un color, mojándolo también, y lo deslizó despacio sobre el papel. 

P-I-N-T-A-N-D-O.

E-S-T-A-B-A  P-I-N-T-A-N-D-O. 

Siguió con el mismo proceso un par de veces más cuando, de súbito, los colores comenzaron a elevarse del papel en grandes volutas. Primero el lila, luego el verde, luego el amarillo, hasta mezclarse un poco por encima de su cabeza. 

Sus compañeros levantaron la mirada de sus libros, entre asustados y embelesados. 

-¡¿Qué es eso?!-gritaron en Si bemol menor, a la vez que algo hizo clic al principio de la sala y la profesora se levantó de un salto. 

-¡Señorita Naturaleza! -gritó, histérica- ¡¿Qué ha hecho?! ¡Pare eso ahora mismo o la llevo al director! ¡El señor Ibex la castigará,  la expulsará! 

Pero nuestra protagonista sólo podía contemplar los colores fulgurantes que, poco a poco... ¡se iban disolviendo! Presurosa, mojó el palo con pelos en el agua, y en los colores, y lo deslizó formando una raya. En el agua, en los colores, y un círculo, y luego un cuadrado, y curvas, y espirales y soles  que se entremezclaban mientras subían hacia el techo. Muy pronto la clase estuvo llena de columnas de colores  que se fundían en horizontal, en vertical, en diagonal, de espaldas y agachadas hasta que casi no podían verse las caras los unos a los otros. Fue justo en ese instante cuando de la mochila de N.Z. empezaron a salir unos ruidos extraños. 

"Pío, pío, pío."

La abrió, y las trece pajaritas de papel que había hecho esa mañana en clase de Economía y Eficiencia para Menores de 5 años salieron volando y graznando. Por suerte, desgracia o casualidad alguien agobiado por la masa informe de colores mezclados hasta lo imposible abrió una ventana, y por ahí empezaron a escapar, pajaritos y colores, hasta llenar todo el cielo. Y ahí se quedó el cielo, con mil colores, desde las siete de la tarde, según atestiguaron más tarde los informes policiales, hasta que se hizo de noche. Por la mañana aún se veían rastros de colores. Pero nadie supo dar una explicación.

La única víctima de todo aquello fue Naturaleza, a la que expulsaron del colegio al día siguiente porque, según el director Ibex era "una niña salvaje, que no quiere aprender y que es una mala influencia para los niños decentes que nuestra escuela no puede tolerar".


Pero sí que había aprendido. Había aprendido que los colores volaban. 

Ahora, Naturaleza ya es mayor, y hace muchas cosas. 

Entre otras, pasa sus tardes creando atardeceres.