"La palabra escrita me
enseñó a escuchar la voz humana, un poco como las grandes actitudes inmóviles
de las estatuas me enseñaron a apreciar los gestos. En cambio, y
posteriormente, la vida me aclaró los libros" M. Yourcenar.
Dicen
que la mejor escuela del mundo es la vida, y el Campo de Trabajo de San Gil es
un curso intensivo. Fui contenta, con esa pequeña felicidad que da el cerrar la
maleta sin problemas y no tener que cambiar de autobús, aunque te tires ocho
horas entre pies olorosos y bocatas de chorizo, y algo nerviosa, más bien
acojonada, preguntándome cómo serían los compañeros, los usuarios, cómo tratar
a unos y a otros, qué decir y en qué momento, si nos llevaríamos bien, si
habría problemas, si, si, si... En definitiva, la inseguridad que da instantes
antes de irte, meses después del
"sí, sí, me voy a un Campo de Trabajo con personas con
discapacidad, sola, que ya haré amigos allí" y de la gente que te mira raro creyendo que te
vas a hacer trabajos forzados y eres una flipada de la vida. Las mariposillas
en el estómago anteriores a cualquier gran experiencia.
Entre
nervios y sueño llegué a Plasencia, a las una y cuarto de la mañana del domingo
2 de agosto con un Cano que me esperaba tanto o más adormilado que yo y que me
llevó a Placeat, donde habían dejado que durmiera esa noche (¡mil gracias!)
junto con dos chicas que llegaban de madrugada. Así que ahí me encontraba yo,
en un piso tutelado de Placeat, en una ciudad que no conocía, sola, solita,
sola en todo el edificio, con fotos de niñas de comunión al lado de la cama que
miraban con ojos raros y con una calor de mil demonios. La aventura empezaba.
Podría
contar todas y cada una de las cosas que hicimos y todos y cada uno de mis
pensamientos sobre esas cosas, pero no lo voy a hacer. Sólo diré que el lunes 3 de agosto a las cuatro de la tarde,
sentados en los sofás del salón de Placeat todo parecían caras irreconocibles que se
confundían unas con otras y con sus nombres y sus procedencias y sus edades,
que el lunes 3 de agosto a las cuatro de la tarde todo parecían conversaciones
tímidas, casi forzadas, artificiales, de silencios largos sin saber de qué hablar
ni cómo hablar, pero nunca más fue así. El lunes 3 de agosto creamos una
burbuja, un pequeño mundo apartado de todo lo demás que dormía en tiendas de
campaña y se levantaba al ritmo del pitido infernal de un megáfono rompe-matrimonios
a las ocho de la mañana. Donde quince días son tan intensos como dos meses y la
velocidad del tiempo se mide en sonrisas por segundo. Un pequeño mundo donde se
aprende constantemente, de todo y de todos; donde Miguel te enseña que no se
necesitan palabras para comunicarse, Lorenzo, que el ingenio no tiene límites
ni la agudeza fronteras; Tomás te enseña a creer en las personas y en las
sirenas, Saluki, que con alegría y positividad se llega al fin del mundo, y que
Hakuna Matata, que no hay problema. Manolo te dice con gestos que no hay sueños
imposibles, sólo maneras alternativas de llevarlos a cabo; Manuel, que ojalá
todos los hermanos quisieran tanto y tan bien; Gloria, que la familia también
se elige y Mimi y Juanjo, que el amor no
entiende de discapacidad, sólo de pureza y cariño.
Y es
que en San Gil la discapacidad sólo hace que se busquen otras formas de hacer
lo mismo, otras maneras de comprender y de comunicar, otra forma de sentir. En
realidad, todo se resume a eso, a sentir y a comprender; a comprender que una discapacidad no nos define,
igual que no lo hace nuestra nacionalidad ni nuestro sexo; lo único que nos
define es lo que queremos que lo haga. Y a aprender a sentir, a tener los ojos,
los oídos y el corazón muy, muy abiertos para vivir cada instante, a sentir el
cariño en cada roce de piel con piel en cualquier abrazo, porque todos son
verdaderos, a percibir el brillo en todos nuestros ojos. A que nada se escape,
porque todo merece la pena.
Pero
San Gil es mucho más. San Gil es también un pan que habla, es "mafia, manzana,
naranja, mi casa", canciones en euskera mal pronunciado, vampiros
chupópteros, acordes en guitarra canaria, amigos sensibles e insensibles,
estrellas fugaces que sólo ven unos pocos, chistes malos a las tres de la
mañana, espectáculos de Broadway creados en una hora, fobia a los "síes"
y "noes" a las diez y media de la noche, dormir bajo las estrellas.
Es canciones de Extremoduro a toda hostia, bailar disfrazados, un
"disfruta las cosas buenas que tiene la vida" y "qué asco,
¡gusano!". Es paisajes que quitan el aliento, es templos naturales a Gaia. Es la Extremadura menos extrema y menos dura. Es hablar del alma y los extraterrestres todos en círculo, o de
la vida en la furgoneta cuando todos duermen. Es veinte personas diferentes con
veinte historias que contar, de distinto lugar, distinta edad, distintos
intereses. San Gil es gente maravillosa que tal vez no descubrirías en cualquier
otra circunstancia, es ser feliz haciendo felices a otros que a su vez te hacen
feliz a ti. Es descubrir serendipias mágicas que cambian tu visión del mundo,
con las que bajarte de él.
San Gil es una familia de esas que se eligen. Es cambiar el mundo poquito a poco. Es la vida en
su lado más bello.