html> Cuentos para elefantes. : De poesías, sábanas y revoluciones.

De poesías, sábanas y revoluciones.

La revolución se desdibujó entre sábanas de franela, dos miradas atónitas de estupor se cruzaron, y los amantes, fugitivos de su utopía, presos de la distopía en la que se sumergía el mundo a brazadas en croll, cerraron los ojos para no verse. 
Para no verse a sí mismos, inmersos en el vacío de la euforia sin sentido, estando siempre y dejando de ser.
Cerraron los ojos para no verlos.

Para no verlos llorar, una vez más, por todo el miedo, toda la ira, toda la impotencia, toda la inhumanidad
y toda la sinrazón que, día tras día, descargaban los barcos pesqueros en las costas de Ankara.

Cerraron los ojos para no vernos. 

Para no vernos comprar, matar, dejar, vender, tener, querer, consumir, seducir, vivir en la ajeneidad de quien no comprende que el mundo es sólo uno y la necesidad de ayudar no es inversamente proporcional a la distancia.

Cerraron los ojos para no verla.

Para no verla desgranarse en cada paso, en cada bofetada de los parasititos sobre sus bosques, sus selvas, sus ríos, sus mares y sus dunas, para no verla aullar a la luna llena, pedir un auxilio que se pierde en los abismos interestelares y en las ondas gravitacionales. 

Cerraron los ojos para no verte. 

Para no verte incierto y fútil, inútil, sin toda esa alegría que una vez destilabas y que ahora corre cañerías abajo y se desliza entre las aguas del delta de cualquier riachuelo  de poca monta. Para no verte a ti, más quimérico que nunca, pensar que la apatía era la mejor opción y que la política es cosa sólo de políticos corruptos.

Cerraron los ojos para no verme.

Para no verme huir de la menestra de aventuras que el mundo aguardaba, de las utopías fuera de pantallas de cine 3D y del auxilio que Pachamama nos pidió. Del auxilio que no supimos darle.


Pero abrieron los oídos, la nariz, el estómago, la boca, el ombligo, los pulmones, las mitocondrias, los plásmidos, los protones, los electrones y los neutrinos. Alargaron el extremo izquierdo de dos cuerpos estratégicamente opuestos, alcanzaron un lápiz de grafito 0.7 mm, una hoja de 50 mgr. y redibujaron la revolución. Sin sábanas, ni techos, ni miradas. 

Ardiendo en la inmensidad de lo interestelar.


Y lo quimérico, quiso ser poesía.