Ella
tiene el pelo largo, la sonrisa encadenada y el pecho suave. Le gusta
bailar hasta el amanecer, volver a casa con chocolate y tacones en
mano y despertarse a mediodía, con medio maquillaje en la cara y
medio en la almohada.
Lleva
el vestido azul, los zapatos negros que tanto le gustan y llora.
Llora porque él no la conoce. Los dos lloran, y esto es lo único
que tienen en común. Un puñado de lágrimas mal lloradas.
Hace
quince años que viven juntos, quince años de compartir; risas,
lágrimas, libros, canciones.
Pero
hoy, se miran, ojos frente a ojos, y no se conocen.
Y
él tiene que huir, tiene que correr, para no estallar.
Y
ella se queda ahí, frente a frente, hasta que, cuando él se va,
ella también desaparece.