Últimamente,
los días siguen siendo igual de cortos;
me
siguen faltando horas.
El
tiempo se sigue parando en las comisuras de mis labios,
en
el sonido de la risa, en las miradas cargadas de sonidos.
Y
tú no estás.
Yo
sigo saltando en los charcos,
bebiéndome
las gotas de lluvia,
poniéndome
margaritas en el pelo.
Aunque
tú no estás.
Sigo
aprendiendo a cada instante,
descubriendo
la belleza del mundo en el brillo de otros ojos
y
entendiendo, de una vez por todas,
qué
coño significa el amor.
Y
que es eterno mientras dura.
El
sexo sigue siendo sexo,
los
besos siguen haciendo vibrar el aire,
los
abrazos siguen diciendo más que cualquier poema.
Y
no, no estás.
Pero
echar de menos nunca quiso decir volver atrás.
Que
no, que no estás.
Y
parece que la única, de verdad, imprescindible, siempre fui yo.
Dos.
2017.
Caíamos
en todos los abismos, pero también volábamos sobre todas las nubes.
Fuimos
tormenta y, a veces, fuimos atardeceres azules y rosas sobre las
veredas llanas.
Éramos
silencios despertados a golpe de risa, éramos la constancia de creer
en lo increíble.
Lo
nuestro, amor, era verdadera fe ciega.
Pero,
al final, el avestruz se da cuenta de que no puede volar, el niño de
que el círculo no cabe en el cuadrado y tú, de que lo imposible
tiene mi mirada.
Tres.
2018.
Es
la certeza.
La
certeza crea un hueco en mi estómago.
Vértigo
de caer en la vertiginosa vorágine sin paracaídas.
Plaf.
Es
la certeza la que apoya sus dedos fríos en mi espalda, como para
empujarme,
Y
tirarme desde ese avión que cruza el gran charco entre mi vida y mi
vida de ayer.
Para
volver al pasado y darme cuenta de que en otros mundos ya es
presente.
Y
que mi presente será, entonces, pretérito.
Imperfecto
complejo.
Entonces,
Se
soltarán las manos que ahora me agarran,
Se
callarán las risas, los susurros e incluso los gritos.
Todo
será vacío para llenar otras nadas en una antítesis que nunca
acaba.
Sólo
quedará la música, píxeles coloreados de la forma adecuada y una
bandera del 26 ondeando en algún lugar.
El
cariño en bytes y el abrazo que nunca pasa la aduana.
Historias
que pudieron ser y las ganas crudas de vivir y vivir y vivir.