La
guagua traqueteaba agónica sobre la calzada, despreciando las
fuerzas centrífugas a cada curva. Adentro, la palabra “comunidad”
adquiría todo su sentido. Los brazos revoloteaban de allá para acá
buscando agarrarse a cualquier barra de hierro, cada recoveco elevado
era un buen lugar para sentarse, se cedían sitios, se intercambiaban
“gracias”, se oían “¡chófer, parada!” y “¡chófer,
abra!” a cada rato, volaban los pesos y pesaban las mochilas ajenas
sobre los regazos. Desde fuera, la guagua parecía una gran masa de
Humanidad rodante. Desde dentro, uno se sentía parte de esa
Humanidad solidaria hasta en el olor de sus sudores y en sus
movimientos quasi danzantes para adaptarse por completo a la
geografía guague
nse. La Humanidad brincaba junta en cada bache de la
carretera, y aumentaba cada vez más a lo largo del camino, como si
quisiera ser una alegoría de sí misma hasta que, cuando llegaba a
la Calle Maceo, se descomprimía y la Humanidad se volvía simples
humanos.
Ese
día, la guagua no llegó a la calle Maceo, o
al menos no rodando. Los
Granma del día
siguiente dirían esto:
“Fenómeno
sobrenatural acontece en Santa Clara. Ernesto
Abreu, vecino del Reparto El Gigante de nuestra localidad, iba en
bicicleta por la Carretera de Camajuaní en dirección al centro de
la ciudad cuando vio cómo una guagua repleta de personas echaba
a volar y se perdía entre las nubes. Recuerda cómo le sorprendió
lo rápido que iba la guagua, que parecía intentar alcanzar la
velocidad de la luz, pero consideró que era sólo un efecto óptico
dado por su bicicleta, que acababa de engrasar “y ahora parece que
vuelo” pero quien volaba no era él, sino la guagua. Toda una clase
de física dinámica, reconoce. Quién sabe ahora dónde se
encontrará la guagua. Por el momento, las autoridades dicen tener la
situación bajo control, aunque el pueblo santaclareño no opina lo
mismo.”
Cuatro minutos y veintiocho segundos antes de adelantar a don Ernesto
en su bicicleta, la guagua paró en seco en medio del camino. El
chófer se paró, se giró hacia la gran masa y dijo:
-
Compañeros, tengo que
contarles algo.Escuchen.-de pronto, se hizo
un silencio absoluto - Llevo
catorce años conduciendo este camino todos los días, - pero
el silencio duró poco y el murmullo se elevaba como tímidas
columnas de humo hablado- veintitrés
veces al día. Estoy harto de ver siempre las mismas casas, las
mismas caras, sólo que más canas. Estoy harto de estudiar los
baches de las carreteras, de
ver cómo cada vez se se construyen más casas y son más feas.
El
murmullo comenzó a elevarse, indignado.
-
Cállense y escuchen- continuó el chófer -, saben que es verdad.
Varios
gestos de afirmación resonaron, y se hizo un nuevo silencio.
-
Estoy también cansado de que se me
cuelen en la guagua y de que no tengan monedas de 20 kilos. Me fajan
los chamacos con reggaetón en sus bocinas. Así que apaguen esa
pinga que nos vamos a conocer
mundo.
El murmullo se hizo grito de sorpresa. “¡Pero chófer, que yo
tengo clase!”, se oyó. Después, varios” ¡Chófer, abra, que yo
me bajo!”, algunos “¡Está usted loco, que tenemos cosas que
hacer!” y cada vez más gritos de disconformidad.
-
Pero caballero, dejen de joder y cállense. No voy a abrir ninguna
puerta ni ná. Llevo años trabajando en esto y vamos a ver si
funciona, que el que una vez
fue físico inventor, nunca deja de serlo. Bienvenidos
a la guagua voladora. Hoy nos
vamos pa’l sur, que siempre quise ver pingüinos, pero se aceptan
sugerencias.
Haciendo
caso omiso del gentío, el chófer volvió a sentarse en su sitio.
Puso en marcha el motor y,
con un berrido tierno, la guagua comenzó a andar poco a poco. Por
detrás del volante, pulsó un botón, y el motor adquirió capacidad
autopropulsora.
Treinta y tres segundos antes de adelantar al ciclista, la guagua
empezó a tomar velocidad por la carretera desierta y las chapas
laterales se abrieron, formando dos grandes alerones.
-¡Chófer, vámonos pa la China! - dijo alguien.
-¡Chófer, yo quiero ir a París! - dijo otro.
-¡Y yo ver un partido del Barça!
Las
veredas y las casas comenzaban a perderse entre colores veloces, cada
vez más y más y más. Y, de pronto, el autobús adelantó al
ciclista - por la izquierda –, despegó las ruedas del suelo y
comenzó a elevarse más y más y más. La Humanidad se calló. Ahora
se veían los tejados de las casas, las calvas de los señores, los
bidones de agua a medio llenar y uno podía ver en los charcos como
en un espejo el naranja descolorido de la Cubanicay
brillando bajo el sol. Se veían
las cuadras cuadradas, la forma de la ciudad, las personas como
hormiguitas muy lentas. Todo el mundo miraba hacia las ventanas,
contemplando Santa Clara hacerse cada vez más pequeñita.
Varios días más tarde, los vecinos de la Carretera a Camajuaní
comenzaron a recibir MMS con fotos de pingüinos y con sus vecinos
con caras de pasar frío. Después, se dice que llegaron fotografías
de rollitos de primavera y la Torre Eiffel. El tiempo pasó sin
noticias de la guagua perdida y la vida volvió a la normalidad,
hasta que un buen día, desde el aire apareció una guagua y aterrizó
en la Calle Maceo, y la Humanidad, que para ese entonces hablaba
cientos de idiomas, era de distintos colores y se reía de miles de
formas distintas, se volvió humanos.