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Cuentos de Santa Clara #2: La guagua surrealista.



La guagua traqueteaba agónica sobre la calzada, despreciando las fuerzas centrífugas a cada curva. Adentro, la palabra “comunidad” adquiría todo su sentido. Los brazos revoloteaban de allá para acá buscando agarrarse a cualquier barra de hierro, cada recoveco elevado era un buen lugar para sentarse, se cedían sitios, se intercambiaban “gracias”, se oían “¡chófer, parada!” y “¡chófer, abra!” a cada rato, volaban los pesos y pesaban las mochilas ajenas sobre los regazos. Desde fuera, la guagua parecía una gran masa de Humanidad rodante. Desde dentro, uno se sentía parte de esa Humanidad solidaria hasta en el olor de sus sudores y en sus movimientos quasi danzantes para adaptarse por completo a la geografía guague
nse. La Humanidad brincaba junta en cada bache de la carretera, y aumentaba cada vez más a lo largo del camino, como si quisiera ser una alegoría de sí misma hasta que, cuando llegaba a la Calle Maceo, se descomprimía y la Humanidad se volvía simples humanos.

Ese día, la guagua no llegó a la calle Maceo, o al menos no rodando. Los Granma del día siguiente dirían esto:

Fenómeno sobrenatural acontece en Santa Clara. Ernesto Abreu, vecino del Reparto El Gigante de nuestra localidad, iba en bicicleta por la Carretera de Camajuaní en dirección al centro de la ciudad cuando vio cómo una guagua repleta de personas echaba a volar y se perdía entre las nubes. Recuerda cómo le sorprendió lo rápido que iba la guagua, que parecía intentar alcanzar la velocidad de la luz, pero consideró que era sólo un efecto óptico dado por su bicicleta, que acababa de engrasar “y ahora parece que vuelo” pero quien volaba no era él, sino la guagua. Toda una clase de física dinámica, reconoce. Quién sabe ahora dónde se encontrará la guagua. Por el momento, las autoridades dicen tener la situación bajo control, aunque el pueblo santaclareño no opina lo mismo.”

Cuatro minutos y veintiocho segundos antes de adelantar a don Ernesto en su bicicleta, la guagua paró en seco en medio del camino. El chófer se paró, se giró hacia la gran masa y dijo:
- Compañeros, tengo que contarles algo. Escuchen.-de pronto, se hizo un silencio absoluto - Llevo catorce años conduciendo este camino todos los días, - pero el silencio duró poco y el murmullo se elevaba como tímidas columnas de humo hablado- veintitrés veces al día. Estoy harto de ver siempre las mismas casas, las mismas caras, sólo que más canas. Estoy harto de estudiar los baches de las carreteras, de ver cómo cada vez se se construyen más casas y son más feas.

El murmullo comenzó a elevarse, indignado.

- Cállense y escuchen- continuó el chófer -, saben que es verdad.
Varios gestos de afirmación resonaron, y se hizo un nuevo silencio.
- Estoy también cansado de que se me cuelen en la guagua y de que no tengan monedas de 20 kilos. Me fajan los chamacos con reggaetón en sus bocinas. Así que apaguen esa pinga que nos vamos a conocer mundo.

El murmullo se hizo grito de sorpresa. “¡Pero chófer, que yo tengo clase!”, se oyó. Después, varios” ¡Chófer, abra, que yo me bajo!”, algunos “¡Está usted loco, que tenemos cosas que hacer!” y cada vez más gritos de disconformidad. 
- Pero caballero, dejen de joder y cállense. No voy a abrir ninguna puerta ni ná. Llevo años trabajando en esto y vamos a ver si funciona, que el que una vez fue físico inventor, nunca deja de serlo. Bienvenidos a la guagua voladora. Hoy nos vamos pa’l sur, que siempre quise ver pingüinos, pero se aceptan sugerencias.
Haciendo caso omiso del gentío, el chófer volvió a sentarse en su sitio. Puso en marcha el motor y, con un berrido tierno, la guagua comenzó a andar poco a poco. Por detrás del volante, pulsó un botón, y el motor adquirió capacidad autopropulsora.
Treinta y tres segundos antes de adelantar al ciclista, la guagua empezó a tomar velocidad por la carretera desierta y las chapas laterales se abrieron, formando dos grandes alerones.
-¡Chófer, vámonos pa la China! - dijo alguien.
-¡Chófer, yo quiero ir a París! - dijo otro.
-¡Y yo ver un partido del Barça!

Las veredas y las casas comenzaban a perderse entre colores veloces, cada vez más y más y más. Y, de pronto, el autobús adelantó al ciclista - por la izquierda –, despegó las ruedas del suelo y comenzó a elevarse más y más y más. La Humanidad se calló. Ahora se veían los tejados de las casas, las calvas de los señores, los bidones de agua a medio llenar y uno podía ver en los charcos como en un espejo el naranja descolorido de la Cubanicay brillando bajo el sol. Se veían las cuadras cuadradas, la forma de la ciudad, las personas como hormiguitas muy lentas. Todo el mundo miraba hacia las ventanas, contemplando Santa Clara hacerse cada vez más pequeñita.

Varios días más tarde, los vecinos de la Carretera a Camajuaní comenzaron a recibir MMS con fotos de pingüinos y con sus vecinos con caras de pasar frío. Después, se dice que llegaron fotografías de rollitos de primavera y la Torre Eiffel. El tiempo pasó sin noticias de la guagua perdida y la vida volvió a la normalidad, hasta que un buen día, desde el aire apareció una guagua y aterrizó en la Calle Maceo, y la Humanidad, que para ese entonces hablaba cientos de idiomas, era de distintos colores y se reía de miles de formas distintas, se volvió humanos.